
Adicciones
LAS CUATRO PATAS DE LA ADICCIÓN:
La adicción a cualquier cosa es diagnosticable. Sus síntomas pueden ser reconocibles y descritos. Hay un punto en que la enfermedad todavía no existe y un punto en que si existe. El problema de diagnosticar la adicción de otra persona es que lo mejor es dejar que esta enfermedad sea auto-diagnosticada. Esto se debe a que a menos que la persona adicta esté dispuesta a advertirla, los más probable es que se ofenda ante el diagnostico ajeno y lo rechace. Lamentablemente, sin embargo, el adicto suele ser el último en enterarse de su propio problema, debido a un mecanismo de defensa denominado Negación. Con todo, tratar de convencer una persona reiterando el diagnóstico de su adicción suele ser una pérdida de tiempo porque no lo acepta (una prédica inútil).
Lo mejor que se puede hacer- en lugar de ponerle un rótulo- es transmitirle a esa persona reflexiones concretas sobre su conducta y sobre el modo en que esta le afecta a uno. Un hombre preocupado porque su esposa está consumiendo cocaína, por ejemplo, podría decirle algo así: “Cuando tomaste la cocaína la otra noche y luego faltaste al trabajo al día siguiente, esto me afecto. Me preocupa que la cocaína este empezando a adquirir prioridad sobre otras cosas en tu vida y que ese afecte también a nuestra relación.” De este modo, el marido no ha emitido un diagnóstico, no ha puesto ningún rótulo, sino que ha planteado sencilla y honestamente lo que ha observado y cómo se siente al respecto. Si la conducta adictiva persiste, puede requerirse una confrontación más planificada o guiada por un profesional, o una “intervención”. Muchos centros de tratamiento ofrecen actualmente ésta y otras formas de ayuda a la persona afectada por la adicción de otra.
Veamos ahora con mayor detalle las cuatro patas (síntomas) de la adicción.
La conducta adictiva es por lo general apremiante y desgastadora. Si se es adicto a algo (o a alguien), a menudo no se puede de dejar de pensar en ello y de planear la próxima “dosis”. Cuando se acerca el momento de llevar a cabo al que se es adicto, es muy probable que se experimente una sensación de ansiedad y excitación que no cederá hasta concretarlo. Y si esa posibilidad se malogra probablemente se sentirá frustrado y tal vez llegue a sentir pánico. En general, su obsesión le supondrá gran parte de su tiempo, su energía y su atención.
Si uno es adicto también tenderá a organizar su vida de un modo que facilite su obtención de la droga. Según cual sea su adicción, tratará de asegurarse de que nadie interfiera con su posibilidad de ir a las carreras para apostar, de conseguir una dosis de cocaína por la noche, o de llevar consigo una provisión de alcohol a cualquiera fiesta a la que acuda para tener la seguridad de que le sea servido. Protegerá la obtención de su droga a toda costa.
Richard, un jugador incontrolado que recibió ayuda a través de Jugadores Anónimos, recuerda lo apremiante que era su impulso de jugar y la forma en que dominaba cualquiera otra consideración.
Un día mi esposa estaba lavando los platos y se cortó la mano con un vaso roto. Se hizo un tajo profundo y le salía mucha sangre, por lo que iba a tener que ir al hospital. Me dio un ataque, pues yo tenía previsto asistir a las carreras. “¡Cómo se atreve a hacerme esto!”, pensé. Me las ingenié para que un vecino la llevara a la sala de urgencias con el pretexto que yo no podía lograr arrancar el coche. En cuanto se perdieron de vista, me fui a las carreras.
El impulso apremiante que experimenta un adicto ha sido descrito como un “mandato interior”. Es como si uno se viera obligado a hacerlo, pese a cualquier otra consideración más “racional”. Debbie, quién tenía la adicción de gastar dinero, recuerda que no había ninguna decisión implícita en sus actos: “Me sentía totalmente empujada a comprar cosas y gastar dinero, sin importarme la realidad de los recursos con lo que contaba. Ni siquiera experimentaba ningún conflicto en mi mente al respecto. Me limitaba a bloquear la realidad, ir al cajero automático e introducir mi tarjeta. Los iba a hacer. Punto.”
Y Jerry, un adicto al sexo cuya adicción lo llevaba a viajar en metro para poder frotarse contra cuerpos de mujeres en los vagones llenos, refiere como sus estados de ánimo negativos se convertían en impulsos apremiantes (“necesarios”): “Era como una necesidad, ésa es la mejor forma que encuentro de describirlo. Ni siquiera había ningún proceso mental del que tuviera conciencia. Me sumía en una profunda depresión, y cuando quería pensar ya estaba encontrado una forma de salir de ella…a través de este ritual”.
Suponga que usted toma un vaso de jugo de naranja frescas exprimidas todos los días. Le gusta tanto, que muy pronto se convierte en un hábito. Ahora, si no toma su zumo de naranja, realmente lo extraña. Comienza a asegurarse cada noche de contar con las suficientes naranjas como para poder hacerse el jugo a la mañana siguiente. ¿Podría considerarse que esto es una adicción aunque positiva?. De ninguna manera. Es sólo un hábito, un patrón de conducta repetitivo del que usted obtiene cierta gratificación…sin ninguna consecuencia negativa.
Los que hace que una adicción sea una adicción es que se vuelve en contra de uno. Al principio, se obtiene cierta gratificación aparente, igual que con un hábito. Pero tarde o temprano su conducta empieza a tener consecuencias negativas en su vida…y uno sigue manteniéndola a pesar de ello. Las conductas adictivas producen placer, alivio y otras compensaciones a corto plazo, pero provocan dolor, aflicción (preocupación) y más problemas a largo plazo.
StantonPeele, autor de varios libros sobre la adicción, observa que “los criterios para establecer si un individuo es adicto (…) deben centrarse en al nocividad (subrayado) del hábito para el individuo (…)”. Esa nocividad, prosigue diciendo, podría influir “su efecto de limitar otras fuentes de gratificación, la percepción por parte del individuo de que el hábito es imprescindible para su funcionamiento, y el hecho que la privación del hábito trastorna todo el sistema social, psicológico y físico de la persona”.
Las consecuencias negativas asociadas con las adicciones afectan muchos aspectos diferentes de la vida de una persona:
Relaciones. Una persona adicta suele quitarle tiempo a la relación con su familia y sus amigos para buscar la droga o recuperarse de su uso, lo que da por resultado incumplimiento de proyectos, desinterés sexual, discusiones y un creciente resentimiento. La comunicación se interrumpe en tanto en adicto se retrae y se vuelve emocionalmente distante, en el intento de eliminar cualquiera interferencia con su adicción. Se puede confiar cada vez menos en que cumpla sus promesas por lo que aumenta la desconfianza, creando así una atmosfera en la que ninguna relación puede prosperar. El alejamiento, la separación y el divorcio son frecuentes consecuencias a largo plazo.
Trabajo. La persona que tiene una adicción puede comenzar a restarle tiempo a su trabajo (para buscar la droga o recuperarse de su uso), lo que dará lugar a frecuentes llegadas tarde, faltas, menos productividad, deterioro de la calidad del trabajo, tensiones con los compañeros, perdidas de ascenso y a veces incluso pérdida del empleo.
Finanzas. Destinar dinero a prácticas adictivas tales como las drogas, las apuestas, el sexo y las compras inevitablemente determina que quede menos dinero para otras cosas. Esto hace que los ahorros se agoten y aparezcan las cuentas impagadas y las demandas de préstamos. Los ingresos también se resienten cuando algo pierde su trabajo debido a la adicción.
Salud Psíquica. Los adictos suelen padecer una amplia gama de secuelas psicológicas, como estados de ánimo negativo e irritabilidad, actitudes defensivas, pérdida de autoestima y confianza en sí mismos e intensos sentimientos de culpa y vergüenza (aunque estos pueden ser encubiertos). Como si todo esto fuera poco, su autoestima a veces sufre un derrumbe adicional debido a los problemas que se le crean en el trabajo, en el hogar y con sus finanzas. Y como el adicto parece ser incapaz de controlar estos problemas, a menudo experimenta, como consecuencia, sentimientos de fracaso, impotencia, depresión y desesperanza. Su situación se convierte entonces en un proceso circular: estos sentimientos le provocan un desea aun mayor de recurrir a la droga una y otra vez, para escapar del dolor y el sufrimiento.
Buen juicio y conducta. Bajo el dominio de la adicción, las personas hacen cosas que de ordinario no harían, pues conseguir y usar la droga se ha vuelto más importante para ellas que casi ninguna otra cosa. Como resultado, los adictos suelen considerarse individuos “egoístas y egocéntricos” a quienes no les importa nadie más que ellos mismos. Si bien esto puede cierto en la superficie, no constituye una explicación acertada de su conducta, la que está más motivada por la desesperación que por una deliberada falta de consideración. “El hombre que se está ahogando”, escribe Leon Wuermser, celebre teórico del tema de las adicciones, “no suele preocuparse por cuestiones de integridad moral”.
Salud física. La búsqueda incontrolada de un elemento alterador del estado de ánimo - cualquiera sea – a menudo lleva a descuidar la salud física. Esto, combinado con la creciente tensión, puede fácilmente ocasionar una multitud de síntomas físicos, incluyendo trastornos del apetito, ulcera, hipertensión, insomnio y fatiga, por nombrar solo algunos. Luego están los efectos físicos de la droga o actividad misma, sean anorexia, bulimia, sobre alimentación u ejercicios físicos incontrolados. Los adictos a las drogas y el alcohol están sujetas a ciertas enfermedades debidas a los efectos químicos específicos de la droga que consumen.
El rasgo distintivo de la conducta adictiva es que al tratar de controlarla, ¡la voluntad no es suficiente! La sustancia o actividad en cuestión lo está controlando a usted en lugar de ser usted el que ejerce control sobre su uso.
Por ejemplo, una vez que el gastador incontrolado se detiene en un centro comercial, lo más probable es que sea incapaz de dominar su impulso de gastar dinero; una vez que el jugador hace su primera apuesta, pierde todo control sobre la suma a apostar; y una vez que el alcohólico toma su primer trago, terminará toda la botella. Los relatos personales al respecto abundan. Joyce, comilona incontrolada, recuerda:
Cada vez que empava un régimen para adelgazar estaba segura de que mi voluntad triunfaría. Me consideraba una persona inteligente, por lo que suponía que sería capaz de controlar mi apetito si así lo quería. Pero nunca daba resultado. Podía durar un día o seis meses, pero siempre terminaba por volver a comer en forma desmedida. Comenzaba probando un bocado fuera del régimen y luego ya no me podía detener. Y el resultado final era un gran desaliento (desanimo) por haber reincidido (recaído).
Steven, un adicto al sexo que buscaba de forma incontrolada tener relaciones con prostitutas, aporta algunas introspecciones interesantes sobre el tema de la fuerza de voluntad y la adicción:
En ocasiones, después de hacerlo (de tener relaciones sexuales con una prostituta), me decía: “Se acabó. Estoy asqueado. Ya he tenido bastante; esta vez fue la última.” Hasta la vez siguiente. La voluntad no sirve para nada en estos casos. De hecho, es el enemigo…el peor enemigo. No da resultado. Si la voluntad sirviera de algo nadie sería sexo maníaco, ni alcohólico, ni ninguna otra cosa así.
Pero la idea del autocontrol resulta confusa, porque algunas personas adictas son capaces de ejercer cierto grado de control durante periodos variables lo que no hace sino alimentar la ilusión de que no existe ningún problema. Esto puede ser una negación disfrazada de disciplina o control. Por ejemplo, un adicto a la cocaína puede pasarse varias semanas sin drogarse, en especial si está tratando de probarle a alguien como su conyugue o su terapeuta que no tiene u problema de adicción. Del mismo modo, se sabe que los jugadores incontrolados pueden tener episodios de autodominio al igual que los comilones incontrolados que comienzan un nuevo régimen.
Sin embargo, al menos que la enfermedad adictiva se cure internamente, la reincidencia en la droga- o en otra de nueva- suele ser inevitable. De modo que, en última instancia, no existe ningún control. O bien el adicto puede continuar ejerciendo un esforzado dominio sobre su adicción durante, teóricamente, el resto de su vida. Pero también en este caso, sino cura su enfermedad interior, los más probable es que siga sufriendo el dolor emocional que lo llevo a buscar un elemento alterador del estado de ánimo en primer término. Hay un dicho entre los alcohólicos en vías de recuperación, según el cual si usted quiere saber lo mal que le hace sentirse la enfermedad del alcoholismo no beba y no reciba ninguna ayuda. Porque es entonces cuando experimentan los aspectos mentales y emociones de la personalidad adictiva: sin la “anestesia” de la droga.
Cathy, por ejemplo, es hija de un alcohólico y tomó la “resolución” de no convertirse jamás en alcohólica a su vez. Siendo adolescente, cuando en un par de ocasiones se encontró bebiendo por la mañana, se asustó y decidió ponerse límites. Su argumentación, según recuerda, fue “hacer que quede bajo control ahora, de modo que pueda beber algo durante el resto de mi vida”. Y lo puso bajo control, en efecto, limitándose a un par de cervezas por día.
Ero una década más tarde, a la edad de veintiocho años, la vida de Cathy parecía estar haciéndose pedazos: la atormentaba la sensación de ser incapaz en su trabajo de asistente social, tenía pocos amigos y no estaba desarrollando sus facultades en ningún aspecto concreto. Pero no podía darse cuenta de cuál era su problema.
Hasta que un día escuchó a un orador de Alcohólicos Anónimos en un encuentro al que había asistido con motivo de su trabajo. El orador dijo que él había podido controlar su tendencia a beber durante años, pero que la parte mental de la enfermedad – falta de autoestima, la sensación de aislamiento, la inseguridad – habían continuado trastornando su vida. La negación de Cathy quedó quebrantada.
Se descorrió el velo. Me dije: “Yo soy alcohólica”. Lo supe con certeza en ese momento. Recuerdo que pensé: “De modo que ese es mi problema”. Finalmente, entendí qué era lo que andaba mal en mi vida. Este hombre estaba describiendo las cosas que yo sentía y que no tenía idea de que guardaran ninguna relación con el alcoholismo. Como había estado controlando lo que bebía, no se me había ocurrido que pudiera tener la enfermedad del alcoholismo. Me di cuenta entonces de que aunque controlaba la parte física, la parte mental seguía bramando en mi interior.
El adicto, entonces, está o bien fuera de control o bien tratando de controlar su uso del elemento en cuestión. En cualquiera de ambos casos, el problema subsiste. No usar la droga, para el adicto, es algo que le demanda un gran esfuerzo. Tiene que pensar en no usarla y esforzarse por lograrlo, debido a que sigue sintiéndose impelido a hacerlo. Por más fuerza de voluntad que ejerza respecto del uso que hace de la droga, es impotente en cuanto a la enfermedad que sufre en su interior. La pregunta clave, por consiguiente, no es tanto “¿Puede usted controlarlo?”, sino “¿Puede tomarlo o dejarlo?”. Si usted puede realmente dejarlo- no usar la droga y no preocuparse, no ansiarla y no pensar en ella -, entonces probablemente no haya adquirido la adicción.
A medida que los adictos empiezan a acumular problemas en el trabajo y en el hogar – virtualmente en todos lados- como consecuencia de su adicción y su descuido de los problemas que se les crean, inevitablemente comienzan a negar dos cosas: 1) que la droga o actividad en cuestión constituya un problema que no pueden controlar y 2) Que los efectos negativos en sus vidas tengan alguna conexión con el uso de la droga o actividad.
La negación asume muchas formas distintas, y Terence Gorski, autor de Stalying Sober, ha identificado algunas de las más comunes:
1. Negar terminantemente. “ No, yo no tengo ningún problema”.
2. Minimizar. “No es tan grave”.
3. Evitar el tema entero (ignorarlo, negarse a abordarlo o desviar la atención de otros del tema).
4. Culpar a otros. “Por supuesto que lo hago… ¿quién no lo haría teniendo una esposa/un jefe/unos hijos, etc, como los míos?”.
5. Racionalizar e intelectualizar. “Lo mio no es tan grave como lo de Joe” o “la cocaína no crea adicción, de todos modos”.
Abundan los ejemplos de la poderosa que puede ser la negación. Cuando por causa de su alcoholismo Arthur fue internado en un hospital psiquiátrico, por ejemplo, aún era incapaz de aceptar que el alcohol hubiera tenido nada que ver con eso. En lo que a él concierna, el alcohol seguía siendo su “mejor amigo”.
Sólo por haber ido a parar al “manicomio”- aunque por cierto podía llegar a admitir que las cosas habían tomado un “infortunada forma”- no estaba dispuesto a reconocer que el alcohol fuera el problema fundamental. De hecho, todavía recuerdo la entrevista que tuve con la asistente social, quién me miró y me dijo: “Su problema es el alcohol”. Y yo le contesté: “Espere un poco, querida; el alcohol no es mi problema. El alcohol es la tabla de salvación que me mantiene a flote en medio de todos esos problemas”. Y así lo creía.
Al igual que Arthur, los adictos normalmente culpan a otras personas y circunstancias por los problemas que los aquejan: a un jefe que les está haciendo la vida imposible, a un marido infiel, a una esposa regañona, a la falta de dinero, y así sucesivamente. La idea es que si tan sólo estas otras personas y circunstancias cooperaran, todo se arreglaría en sus vidas.
Como la negación es un proceso mental ficticio, negar la propia adicción o sus consecuencias significa, literalmente, estar fuera de contacto con la realidad. En el preciso instante en que el cocainómano, por ejemplo, toma la decisión de comprar otro gramo de cocaína – aunque ya no le queda dinero para comprarle ropa a los hijos o para pagar la hipoteca de su casa- , de hecho entra en un estado ficticio. Hay un bloqueo de sus facultades mentales racionales.
Un punto clave aquí es que los adictos no están simplemente tratando de manipular y “pasarle por encima” a todo el mundo. En el momento en que niegan, realmente creen estar diciendo la verdad. Bloquean de su conciencia los hechos que demostrarían lo contrario. En cierto sentido, el adicto está diciendo: “Si la realidad es dolorosa, no quiero verla. Por lo tanto, cerraré los ojos y desapareceré”.
A la persona que debe convivir con un adicto, la negación de éste puede resultarle desesperante. A menos que usted conciencia de que la negación es un síntoma de adicción y que ejerce un poderoso influjo inconsciente sobre el adicto, se sentirá muy confundido. Los argumentos y las racionalizaciones del adicto pueden ser tan convincentes como para hacer que usted empiece a poner en duda sus propias percepciones. Desde luego, en esa situación debe confiar en su propia voz interior más que en los alegatos de una persona que ha perdido contacto con la realidad.
La principal función de la negación es evitar que nadie interfiera en el uso de la droga. El adicto tiene que evitar advertir los problemas que le está creando la adicción, porque si los advierte tendrá que hacer algo al respecto, y esa perspectiva le resulta intolerable una vez que ha adquirido la adicción, como testimonia Beverly, una comilona incontrolada que en cierta ocasión llegó a pesar 150 kilos:
Cuando estaba realmente gorda, en verdad no sabía lo gorda que estaba. Tenía la negación al respecto, supongo. Me miraba al espejo y sólo podía ver el tercio central de mi cuerpo…pero aún así no me daba cuenta de lo deformada que estaba. Fue sólo tras rebajar unos 35 kilos y ver una fotografía cuando me di cuenta de lo mal que había estado.
Si lo hubiera reconocido por entonces, habría tenido que hacer algo al respecto, porque la realidad de la situación era verdaderamente intolerable. Hasta me costaba desplazarme por la habitación. Y lo “sabía” en ese momento, pero no soportaba saberlo, de manera que lo bloqueaba.
El adicto niega, por consiguiente, debido a que hacerlo le resulta eficaz, como señala Gorski, en el corto plazo (que es todo lo que el adicto le importa). Mientras que la propia adicción le está haciendo imposible la vida, la negación lo ayuda a mantenerse fuera de contacto con ese hecho y a preservar la ilusión de que “todo está bien”, de que se controlan las cosas. La negación le permite al adicto conservar algunos sentimientos positivos acerca de sí mismo al bloquear la percepción del creciente caos que hay en su vida.
En otras palabras, cuando las ilusiones del adicto, su imagen idealizada de sí mismo, son atacadas por la realidad invasora, el muro de la negación debe interponerse. Por que en el mundo de blanco y negro de los adictos, aquellos que no mantienen la ilusión de “estar bien” se sumirán en un profundo auto desprecio y experimentan sentimientos de indignidad, vergüenza y humillación.
En consecuencia, la negación es un esfuerzo auto protector, debido a lo que los adictos creen acerca de sí mismos y del mundo que los rodea. Es un intento de retener cierta integridad personal, no importa cuál. El adicto está obrando bajo un falso sistema de creencias y no sabe: 1) que no es necesario, o siquiera posible, ser perfecto; 2) que el arreglo rápido no da resultado y 3) que puede ser ayudado por otras personas.
El principal efecto destructivo de la negación es que le impide al adicto corregir su conducta, puesto que está fuera de contacto con ella. Como lo expresa un prestigioso especialista, “han desaparecido los circuitos de retroalimentación”. Aunque los problemas del adicto se están tornando cada vez más graves, y los indicios de la adicción más visibles, esta información no le está llegando. El adicto la desvía y la elude, y no puede contemplarse a sí mismo y decirse: “Esta sustancia/conducta está afectando a mi trabajo/matrimonio/salud, de manera que lo mejor será que le ponga fin”. El adicto no puede hacer esto porque no está recibiendo la información. Y eso es por lo que todos los adictos están destinados a chocar contra un muro: porque nunca se lo vieron venir.
1. LA OBSESIÓN:
2. LAS CONSECUENCIAS NEGATIVAS:
3. UNA FALTA DE CONTROL:
4. LA NEGACIÓN: